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Comunidad Adeptvs => Torneos y Desafios => Mensaje iniciado por: Lord Principe en 06 de Octubre de 2010, 00:29:32

Título: "Una luz en la oscuridad" - Trasfondo del torneo de Dumagul
Publicado por: Lord Principe en 06 de Octubre de 2010, 00:29:32


Oculto en la trinchera, rodeado de barro y cieno, Aristarco dormitaba en un sueño nervioso, despertándose a menudo. La noche y la jungla no dejaban ver nada, y la más absoluta oscuridad sublimaba sus demás sentidos. Jugueteaba con los botones de la chaqueta mientras escuchaba. Se sobrecogió con el silencio que le rodeaba. Un millón de almas igual que la suya se ocultaban entre las hierbas y los troncos caídos. Así llevaban  quince días. Bebían el agua de los charcos, comían el puré frío y pestilente en el que se había convertido el suministro. De cuando en cuando, se oía una tos. De cuando en cuando, alguien salía enloquecido de su trinchera, y era abatido por los comisarios. En ocasiones se escuchaba el gemido de una pistola laser, y todos sabían que alguien no había resistido más y se había dado muerte. Las heces de toda su compañía se amontonaban a los lados, acompañando el pútrido aroma de la descomposición.
Recordó a Mariarco, su compañero de guardias. Hacía poco que había muerto; enloquecido se había lanzado contra la zona de seguridad de las trincheras. Una mina lo despedazó, pero tuvo el valor de acercarse a él lo suficiente. Mientras intentaba sujetarle las tripas, Mariarco le dio la carta que guardaba en su guerrera. Una carta que nunca podría enviar. Él nunca podría escribir algo así, porque era huérfano y no tenía a quien. La había leído un centenar de veces, y ahora era capaz de recitarla casi de memoria.

?Querida hermana.

Tenemos suerte de que en este día aún pueda decirte adiós. Cuando leas estas líneas ya no estaré en este mundo, pero permaneceré en el recuerdo de mi familia, al menos por un tiempo. Son los comandantes y generales los que revestirán su historia de tinta y bancos de datos. Son ellos los que recibirán la gloria que nunca quisimos los hombres normales. Al menos tengo la certeza de que tú me recordarás.
 Yo aún recuerdo las risas de nuestros hermanos en el patio de Pelendonia, y sus peleas insustanciales cuando éramos felices y no conocíamos el terror que nos atenaza. Helios y Selenos iluminaban las noches de la eterna primavera de nuestro amado planeta. Las candelas en la oscuridad, las flores fragantes, los animales de la granja graznando alegres. Recuerdo los asados en las mesas de los festejos, y las historias de nuestro padre, oídas mil veces. Recuerdo sus consejos y sus riñas. Basta decir que ya no es que parezcan de otro Mundo, sino que lo son.  Te recuerdo a ti, preciosa Kami, pequeña y rosada entre los senos de nuestra madre. Te recuerdo creciendo en el campo de avena que rodeaba nuestra granja, jugando inocente con las semillas blanquecinas que jugueteaban en el viento. A veces mi mente despierta azorada, y la imagen del gobernador reaparece en mis sueños. Las levas forzosas me separaron de ti, de madre y padre y de nuestro hogar. Nuestros hermanos ya han muerto, lo sabes. Ni siquiera les vi irse, ya que fuimos asignados a regimientos muy diferentes. Conocer su destino sólo me hace pensar en la soledad abrasadora y  desesperante que soportas.
No nos han contado mucho desde que llegamos a las trincheras. Saberme uno más, una ínfima mota de polvo en la inmensidad humana que es este ejército infinito, me supera. Hemos luchado contra todo y contra todos, pero ahora no sabemos a qué nos enfrentamos. No quiero hablarte de los horrores que he visto en la guerra, por que mis veinte años ni siquiera son capaces de entenderlos.
Hice buenos amigos durante la instrucción. Ahora todos yacen, de una u otra manera, en el suelo de este lugar, apartados de sus familias y seres queridos. Nos metieron a todos en una gigantesca nave, que contenía una enorme ciudad en su interior. Allí entrenamos y conocimos las mil maneras de luchar y morir que tiene la humanidad. Nos explicaron cuáles eran los enemigos con los que combatiríamos, y cómo debíamos comportarnos en el campo de batalla. Durante dos años estuvimos encerrados en el espacio, dirigiéndonos a la que sería nuestra redención. ¿Redención? ¿Por qué? Nunca supimos nada de ese Dios Emperador, nunca le vimos y nunca le veremos. ¿Debemos entonces redimirnos por los pecados de nuestros semejantes? Al llegar a nuestro destino, muchos enloquecieron. Si este es el camino de la humanidad, yo no lo quiero.
Valgan estas líneas para decirte que huyas a los bosques, que no tengas más contacto con los representantes imperiales. No hay nada en ellos de humano. Son bestias, y en su interior sólo contienen un odio amargo a todo lo diferente.

Al término de esta  mi cuerpo se desvanecerá, perdido para siempre en nombre de un Emperador al que nunca veremos. Ruego que nuestros padres me perdonen, pero no conozco manera de ayudarte sino enviándote esta carta. Tengo la esperanza de que la leas, Kami,  aunque en verdad no se cómo te la haré llegar.

Fraternalmente tuyo.

Mariarco?


La noche no parecía tener fin. ¿Cuánto tiempo llevaban sin ver el sol? ¿Dónde estaban? ¿Acaso había sol en este lugar del mundo? Todos estos pensamientos atormentaban a Aristarco. Pero había uno que lo dominaba. Tenía miedo, pero eso era normal. Lo que de verdad lo afligía era no saber a qué se enfrentaban. Un miembro de la compañía se lo había preguntado al comisario, y fue ejecutado. ¿Cuál era su enemigo? ¿El hereje, la bruja, el mutante? ¿Seres alienígenas, quizá? ¿Había algo más? ¿Por qué luchaban?
Nada había existido en esos días más allá de esos pensamientos.

Una bengala recorrió el cielo. Quizá no fuera una bengala, sino algún tipo de aeronave, pero iluminó por un momento las sombras de la jungla. Pudo ver grandes gotas negras que caían de los árboles a su alrededor, mientras la luz titilaba en el follaje. Intuyó aquí y allá docenas de rostros, sucios y con los ojos desmesuradamente abiertos. Todos rezumaban incomprensión y temor. Se asomó un poco por su pozo de tirador, y pudo ver el horizonte. Una llanura inmensa de cadáveres y alambre de espino se extendía desde allí, donde acababa la selva, hasta el infinito. No había objetivos, fortificaciones, ni enemigos. Sólo una pradera de desolación. Tenía frío, y un temblor le sacudió un segundo antes de dejarse caer de nuevo en su pozo.

Despertó súbitamente al notar un cuerpo cerca del suyo. Varios guardias se habían agrupado allí, y charlaban en susurros.
-   Los comisarios se han marchado, y también los oficiales de mayor graduación.
-   Ahora podríamos salir de este agujero espantoso?
-   ¿Y a dónde iríamos? Las órdenes son aguantar la posición.
-   ¿Qué posición? Hace semanas que no vemos nada más allá de nuestras narices. Al menos en los bosques tenemos algo que comer, y no hay explosiones. Conozco la selva, y es mejor que esto.
-   ¿Estáis seguros de que los comisarios se han ido? ¿Por qué lo habrán hecho?
-   Dicen que luchamos contra alienígenas, quizá han tenido miedo.
-   Nunca conocí a un comisario que tuviera miedo.
Una nueva bengala iluminó el cielo, y luego otra, hacia el norte. Ahora sí, parecían naves que partieran de aquel planeta. Pero Aristarco nunca había visto el despegue de una nave desde tierra firme, así que no habría podido jurarlo. Poco a poco los susurros fueron desapareciendo.
Al cabo de un rato, sintió otra vez movimiento. No pudo decir si había pasado minutos u horas. Gritos y órdenes lejanas. A sus puestos, se oía. Mantened la posición. Un rugido, semejante a un eructo de enorme proporción vibró en el comunicador. Se oyeron gritos de terror, y el olor de tripas desparramadas inundó su nariz. ¡Ya vienen! Oyó que gritaba el teniente. Todas las moscas del planeta comenzaron a zumbar enloquecidas, bailando al son del movimiento de los soldados. Aristarco empuñó su rifle y asomó la cabeza por la trinchera. No veía nada, pero sintió que algo se acercaba arrastrándose por el suelo. De pronto hubo luz en la oscuridad. En mitad del cielo apareció un sol radiante y blanco. Aquí y allá, salpicando el cielo, podían verse naves que se dirigían en silencio hacia el infinito. Muchos guardias se taparon los ojos, deslumbrados. No podía verlo, pero supo que la línea de batalla era de una proporción mucho mayor de lo que había imaginado. Frente a él, enormes sombras se acercaban por el campo de cadáveres, disparando rayos y rugiendo desaforadamente. La luz se tornó violácea, y pudo ver los restos de Mariarco en el suelo a unos metros de allí. Y se movía. La masa informe que había sido su compañero, se acercaba reptando, ayudándose de la mano que le quedaba.
La luz se intensificó, y creyó que el mismo sol caía al suelo. Un bufido atronador sonaba en la lejanía, absorbiendo el aire a su alrededor en un tornado brutal. El ser que antes había sido Mariarco se giró. Mientras los gusanos salían de sus cuencas vacías, oyó cómo gemía:
-   Kamiiiii??.
Se había acercado mucho, y casi rozaba el tobillo de Aristarco. No pudo reprimir el pánico. Cuando volvió a mirar al horizonte,  las siluetas de unos gigantes abotargados se acercaban inexorables. Nadie en las líneas disparaba. Muchos habían salido huyendo hacia la jungla, la única defensa que conocían. El suelo tembló. La luz se intensificó, y notó cómo le escocía la piel. Allí donde el Sol pareció caer en tierra, se pudo ver una explosión gargantuesca, que en un momento consumió todo en una ola imparable de fuego. Notó cómo su uniforme crepitaba, cómo ardía su pelo. Pudo ver el cuerpo de su compañero consumirse en un segundo hasta los huesos. Sus propios músculos se agarrotaron y ardieron. La jungla se inflamó, y el sonido que se produjo apagó los gritos de todos los seres vivos del planeta. Luego, la luz en la oscuridad desapareció, y nunca más vio nada.
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A bordo del Crucero Imperial ?Flecha Inalcanzable?, los paneles crepitaban de datos. Un servidor habló con voz metálica e inexpresiva.
-   Almirante: el Exterminatus sobre Veintinueve Sesenta y tres ha sido llevado a cabo.
-   Los torpedos de incineración atmosférica han barrido la superficie.-dijo otra voz por el comunicador. Los regimientos de Pelendonia han mantenido la posición hasta el último momento.
-   ¿Supervivientes?- La respuesta tardó unos segundos en llegar-.
-   Nadie, señor. Las abominaciones del empíreo han sido destruidas, junto al planeta en sí. El Comisariado y el Estado Mayor de Pelendonia ya se encuentran en los transportes.
-   Lancen las bombas de hidrógeno y pongan balizas señalizadoras en órbita a 150,000 kilómetros. Avisen al resto de la flota de que nos marchamos y fijen el nuevo rumbo.- El Almirante miró despreocupado el holograma de Veintinueve Sesenta y tres- Al fin y al cabo, nunca hubo nada en este planeta por lo que luchar.
Título: Re: "Una luz en la oscuridad" - Trasfondo del torneo de Dumagul
Publicado por: Silas Err en 06 de Octubre de 2010, 10:11:04
Esto si que es animar a alistarte en la guardia imperial, juas juas, vaya desesperanza trasmites.

Gran relato.
Título: Re: "Una luz en la oscuridad" - Trasfondo del torneo de Dumagul
Publicado por: Lord Borjado en 06 de Octubre de 2010, 12:54:35
Guardia Imperial en estado puro. Esos comisarios hacen buenos a los de Krieg  :P

Bueno bueno el relato!
Título: Re: "Una luz en la oscuridad" - Trasfondo del torneo de Dumagul
Publicado por: Suber en 06 de Octubre de 2010, 14:04:43
Tííío, qué desesperanzador, estoy por irme a un rincón a llorar :P. Línea dura de Warhammer. ;D
Título: Re: "Una luz en la oscuridad" - Trasfondo del torneo de Dumagul
Publicado por: Gonfrask en 06 de Octubre de 2010, 18:14:11
Y asi niños, es como funciona la Guardia Imperial, ahora...quien se alista?