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Relatos varios

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Yvrainne (Sadhira):
Bueno os voy a ir poniendo relatillos a ver que os parecen, no tienen muchoq ue ver con el hobbi, otros sí, to depende

Un millón de cascabeles sonreían desde el cielo perlando el manto oscuro de la noche de tímidas gotas de luz.
Más abajo, en la tierra y sobre el suelo marmóreo, yacía un ángel al que habían cortado las alas. Sentía la frustración de no poder volver a volar, de no volver a sentir la libertad de tocar el cielo con la mano y sentirse en comunión con él. Se hallaba encadenada a una tierra que le había amamantado con agravios y mentiras y ahora hacia de ella su prisionera. Había crecido como crecen los rosales con la primavera, salvaje, indómita, rebelde...  De fiera belleza como la rosa y recubierta de envenenadas espinas que dañaban a cualquier incauto que desease tocarla. Maldad desbordaban todos sus poros, la maldad de un animal criado en la dura naturaleza, simple instinto de supervivencia que muchos no llegaban a comprender. Si bien sus lamentos no eran escuchados, nadie podía vislumbrar la cálida llama que de dulzura se alimentaba en su interior. 
Sólo el cielo había sido un padre para ella, unirse a él como su hija en la noche y en el día desde el amanecer que aprendió a hinchar sus alas con el viento de la costa y a alzar el vuelo hasta la cúpula celeste que la acogía con sus enormes brazos extendidos. En ellos se acunaba y expresaba su dulzura, su amor y todos los sentimientos que en la tierra se veían anulados por la maldad y el desasosiego.

Ahora ya no había vuelta atrás, sus alas se desplumaban como caen las hojas de los árboles en el otoño, la rosa se dejaba ver con aire marchito y las gotas del rocío escurriendo por sus pálidas mejillas. Así sus ojos se cerraron a la noche con el alivio que hallaba en los sueños más profundos y esperando no despertar cuando el sol intentase alcanzarla con su abrazo.

Al sonido de un crujido abrió los ojos y se sintió diferente, asustada se irguió a la defensiva dándose cuenta que el esfuerzo era en vano pues sus piernas no soportaban su peso. Sintió el duro suelo al desplomarse contra él y extrañada palpó la superficie con unas manos de trapo. Se deslizó como los reptiles hasta un charco que dejaría al descubierto su rostro, un rostro que no emanaba belleza.  Dos grandes carbones negros ocupaban sus ojos, dos hilos cruzados los sujetaban para que no cayesen de su lugar, su nariz era una cruz de lana y su boca una sonrisa de seda cosida a puntadas. Su pelo caía en mechones sueltos de hilos de colores y su cuerpo ya no guardaba un esqueleto sino que podía aplastarse sin sentir dolor alguno. No podía ponerse en pie porque no tenía una base sólida donde apoyarse. Era incapaz de despegar los labios para gritar de horror, sin embargo dentro de su cabeza se proferían aullidos desgarradores.
Las lágrimas no corrían por sus mejillas como antaño lo habían hecho y su estado de ánimo no podía ser representado de ninguna forma visible. Era un ser vivo atrapado en un cuerpo inerte, una condena impuesta por la Tierra.
La razón era simple, pues los ojos ambarinos que a ella le habían robado el corazón estaban destinados a Gaia y esta no tendría compasión de su hija.

Una gran carreta pasó por su lado salpicando en el charco y humedeciendo un cuerpo que se hinchaba con la humedad y pesaba más de lo normal, el barro manchó sus ropas de muñeca raída. Por un segundo sus brillantes carbones se convirtieron en ascuas al ver su salvación tan cercana que casi la golpea, volvió a arrastrarse hasta el centro de un amplio sendero embarrado en el que las ruedas hacían mella.

Primero escuchó los cascos de los caballos, negros como los mantos de la parca  se acercaban a ella y con sus herraduras destrozaron el algodón de su interior. Las ruedas desgarraron los hilos de su cuello y se sintió tan mareada que perdió la noción del tiempo.

- Dulce ángel de alas cortadas... ya no has de padecer miedo ni tristeza...
La muchacha se desperezó en el suelo, tan sólo había sido un mal sueño, ni el algodón, ni los carbones, ni las cruces de lana, ni sonrisas de seda, ni mechones de telas de colores...   
Se incorporó sintiendo el dolor en su espalda, sin alas no podía volar, sin volar era presa sin grilletes de la  tierra. Aún así aquellas palabras reconfortaron su ánimo, las alas oscuras de la noche la arropaban como un manto de plumas. Sus ojos ambarinos como estrellas del firmamento cautivaban su mirada y su corazón palpitante.
Su mano se extendió con un pulso frágil y fue tomada sin pudor por aquel arcángel de los cielos que había bajado a rescatarla.
- Sin mis alas no puedo subir... - habló su voz de espuma de mar, tan dulce como el azúcar.
- Tú lugar está en el cielo y entre las estrellas tienes un trono desde el que vigilar todas las noches a los mortales. � tomó a la joven de vestido de gasa y tul de su cintura y la alzó suspendiéndola en un firmamento del que sobresalía. Su blancura y sus curvadas formas inspiraron al cielo a perfeccionar su forma de esfera y guardó en cada cráter sus ojos, sus labios, su cuerpo...
Gaia envidiosa de su hija tan pura como un lucero se juró a sí misma que una vez al mes ella sería una virgen negra que no podría enamorar con su luz la noche y así procuró durante la eternidad cautivar los ojos ambarinos de las estrellas que siempre miraban los cráteres de la luna. 
 
   

Yvrainne (Sadhira):
Necesito opiniones XDXD

FALACIA DE UNA MUERTE

Desde  hacía un tiempo lo único que quería era llegar a este lugar, pero una vez aquí me doy cuenta que desearlo fue un error.
Ahora es cuando comienzo a recordar todo lo anterior a lo ocurrido en este tiempo, y ahora que lo recuerdo mis ojos no dejarán de llorar lágrimas invisibles, unas lágrimas que no mojan y que nunca más lo harán.

Si mi mente no me lleva a error creo que tengo dieciocho años, y pese a conseguir la mayoría de edad nunca logré crecer como persona, mi mente no evolucionó más allá de los quince. Me quedé suspendida en un permanente vacío sin sentido en el que, sin hacer caso de las recomendaciones de las únicas personas que querían hacerme bien,  perdí mi tiempo y mi esfuerzo en intentar aprobar las asignaturas por los pelos. 

En otro tiempo, creo recordar que no fui así, que fui incluso más madura que la gente de mi alrededor, me alejaba de ellos y prefería mantenerme en esa posición que mezclarme y caer en malas compañías. Pero como todo en esta vida, la  convicción dura más bien poco.
Durante años pasé el tiempo dedicado a cualquier cosa que no fuese la gente de mi clase, procuré evitar a personas señaladas en la jerarquía de cualquier colegio como los matones, procuré no hacer caso de los insultos como decían mis padres, procuré evadirme en los espacios de tiempo libre y hallar un descanso escondiéndome de ellos. Pero como siempre ocurre en estos casos, si eres el punto de mira de ciertas personas por mucho que corras siempre te encontrarán. No podía evitarlos, no podía deshacerme de ellos y mi vida se convirtió en  una caza de brujas en la que la bruja era yo. No había momento en el que no recibiese sus malas miradas, sus malos gestos o sus palabras crueles y mordaces contra mi comportamiento, mis gustos o mi físico.
Durante años no hubo un minuto de tranquilidad, ni un segundo para tomar aliento, pero si llegabas a casa y contabas lo sucedido durante el día nadie te creía, total: �eran cosas de niños�. Aquella degradación no era cosa de niños como decía mi familia, ni tampoco lo eran los que hacían de muchos otros como yo sus víctimas. Eran demonios, eran crueles, criminales que merecían el mismo castigo que estaban dándome a mí cada día. Un calvario como ese tal vez les cambiase la actitud, ya que no eran mis palabras exageración, ni un juego que se organiza en la mente de un crío.

Sé que tras pasar la infancia y dejarla bien atrás, contando los años, conseguí integrarme en un grupo. Ya las mismas burlas a las que muchos de mis compañeros querían seguir exponiéndome me resbalaban.  Ni sus comentarios me herían, ni tampoco pretendía contestarles para defenderme de ellos, sencillamente eran mudos a mis oídos e invisibles a mis ojos.
Fue en esta etapa en la que dejé de llevar bien los estudios, en la que dejé de aferrarme a la vida como lo hacía en los primeros años. Me dejé llevar por la tristeza, por la desesperación y me quedé vacía. Tantas veces pensé en hacer locuras tales como cortarme las venas o beberme el detergente y cuando lo iba a conseguir, cuando ese líquido azul con olor a melocotón, o frambuesa, o mil hedores extraños, casi me rozaba los labios; o cuando ese cuchillo ya comenzaba a raspar la carne de la muñeca, algo paraba mis intenciones, detenía el tiempo y me hacía ver a todas las personas por las que seguía viviendo.
Para mí ninguna de ellas significaba nada ya, tantas veces decepcionada por sus comentarios, tantas veces herida en lo más profundo de mi intimidad y de mi alma que incluso cuando veía sus caras aparecer como en una película me producían un asco irremediable, pero no podía seguir adelante y extinguirme del mundo sin haber luchado.

Así conocí a mis amigos, gente de poco pelo, ahora lo veo claro, pero entonces eran mis ángeles guardianes, mis amigos y mis grandes compañeros, aquellos que nunca me abandonarían.
Sabía que jamás me harían ningún daño, yo para ellos era casi una hermana, no podían hacerme nada malo, se habían convertido en mi familia, que ironía...

�Mis viejos�, como llamaba a mis padres, solían rogarme que no fuese con ellos, que dejase de salir hasta tarde entre semana y me centrase en los estudios, pero para mí ya no tenían nada que decir ¿Acaso ellos habían hecho algo por mí? ¿Acaso me habían defendido cuando mis compañeros venían a buscar algún fetiche para pegarle?
Ellos no habían hecho nada, nunca lo hicieron, o al menos eso pensaba...

Tal vez nunca se dieron cuenta de la gravedad del asunto, pero ojalá los hubiese escuchado la noche en que me pidieron que volviese a casa temprano, que no me quedase hasta tarde como había hecho otras veces y, como otras veces, que no volviese a arañar la puerta al encontrármela cerrada si volvía a horas poco prudentes.
Llegaron a pedirme que dejase de destrozar la familia, pero pensé mil veces que los únicos que lo habían hecho mal eran ellos. No era más que una autojustificación de mi conducta agresiva y pasota de niña irracional e inmadura.

Con mis inmejorables y leales amigos llegaron las drogas, los primeros cigarros que aprendía  fumar a escondidas pese a que mi madre siempre insistiese en que si yo quería fumar, ella me dejaba con la condición de saberlo, pero como todo lo malo, a escondidas sabía mejor.
Tras el fumar con poses de adulta llegaron los primeros hurtos en pequeñas tiendas, después en supermercados y más tarde en grandes almacenes de ropa. No necesitaba robar para nada, de hecho a veces ni quería hacerlo, pero era automático, veía las cosas y las tenía que coger.

Mi siguiente paso fueron los porros, después de todo no se diferenciaba apenas del tabaco y tampoco era coca, sólo era una droga ligera que utilizaban para terapias, así que no podía ser tan mala.

De mi ropa habitual de niña decente comenzaron a aparecer en mi armario los primeros síntomas de una metamorfosis que degeneraba hacia una sociedad que se advertía claramente decadente. El colorido fue sustituido por el negro,  las muñequeras zarrapastrosas, las cadenas, los collares y pulseras con tachuelas y pinchos, la ropa hecha jirones, los holgados palestinos alrededor del cuello y otros elementos decorativos que podrían haberme hecho cruzarme de acera años atrás, componían ahora mis joyas más preciadas.
También mi pelo sufrió este cambio brutal, fue rapado por la nuca y los laterales y en el centro sólo quedó el suficiente para hacerme una escasa coleta, además de ser teñido de numerosos colores estrambóticos.
Los labios, las uñas y los ojos también fueron ornamentados en negro y nunca bien cuidados.

Las pellas que jamás fueron mi fuerte comenzaron a formar parte de mi día a día y empecé a convertirme en la pesadilla de todos aquellos gañanes que se dedicaban a molestarme en un pasado muy reciente.
Las continuas mentiras a mis padres se fueron paliando levemente, hasta llegar al punto en que no hacía falta mentirlos, directamente si preguntaban no contestaba.

Más de una vez me llevé un guantazo de mis tutores, a los que comenzaba a ver como simplemente eso, tutores. Empecé a pensar que ellos debían ser quienes pagasen mis malas acciones, así que si me pillaban robando, no tenía ningún problema, la bronca era para ellos y la que me pudiese caer a mí después, no me afectaba. Aprendí a levantarles la mano y conseguí tenerlos igual de atemorizados que a la gente de mi clase y en cuanto a lo que me pudiesen decir, no hacía ningún intento por escucharlos.

Con este panorama de pasotismo y desidia envolví mi vida diaria descuidando todo, excepto a mis amigos, por muchas puñaladas que me diesen, nunca los abandoné. Soporté sus burlas cuando no me atrevía a hacer algo que se saliese de mis normas básicas de conciencia y tanto desafío me llevó de cabeza a lo que tanto miedo tenía cuando era pequeña.

Tal vez hubiese podido abandonar en ese mismo instante, pero los recuerdos anteriores y la manera en que mi vida tiraba de las riendas de forma, prácticamente, incontrolable, me decidieron por hacer lo siguiente:
Me quedé paralizada  durante unos segundos valorando hasta que punto merecía mi cuerpo someterlo a tanta degradación, pero las risas de los que yo amaba más que a mí misma me decían que fuese valiente, de lo contrario sería una fracasada para el resto de mi vida. Cogí aire profundamente y me incliné sobre la mesa aspirando con más fuerza la raya de coca, total, ¿qué daño podía hacerme solo un poco? Podría quitarme cuando quisiese, que fácil fue pensarlo en esa ocasión y que estúpida fui.
Tras pasar los momentos más duros después del chute, entre vomitonas y más nauseas, volví a mi casa con la cara pálida y un fuerte mareo de esos que te hacen dar vueltas la cabeza sin tener apenas sentido del equilibrio. Entre las líneas negras pintadas por el lápiz de ojos y las ojeras que me habían salido al aparecerme la cara pálida y demacrada por la coca, me flipé ante el espejo al verme, me molaba aquella nueva visión de mí, era la viva imagen de la muerte.

Sumado a todo esto, sólo me queda añadir las borracheras que eran muy divertidas cuando ibas colocado con todo lo demás, una copa ya te hacía temblar el estómago y remover hasta la primera papilla.
Lo mejor era cómo te vacilaban los que aún estaban sobrios diciéndote frases como �eres muy tonta� o cosas así a las que tú contestabas riéndote.
También las declaraciones de amor a tus compañeros de �botellona�, esas palabras que nunca olvidarás, pero que tampoco nunca recuerdas cuando te llega la resaca al día siguiente. Esas declaraciones de fidelidad y paz con tu compañero del que vas agarrado del brazo y cuando ves que está demasiado verde te empapa las botas militares con su vómito y tú sin saber por qué, le acompañas como buena amiga.
Pero tal vez nada de esto hubiese ocurrido de yo haber sabido escuchar, nada de esto hubiese pasado si yo hubiese conseguido ir por un camino mejor y no me hubiese dejado arrastrar por una masa de ineptos, si yo hubiese hecho caso de mis padres.

Aquella noche me rogaron que no saliese, llevaban varios días pidiéndome que entrase en una clínica de desintoxicación para drogadictos, pero yo mantenía que no me drogaba, aunque fuesen demasiado evidentes los pinchazos en los brazos y el escozor de mi nariz.
Ni siquiera el llanto de mi madre me paró aquella noche, ni las súplicas de mi padre. Caminé con los ojos casi cerrados, como siempre, hasta entrar en el coche donde había una nube de humo de María.
Mis colegas me saludaron como si no me hubiesen visto en siglos y cuando miré atrás, en el portal pude distinguir a duras penas las figuras de mis padres, ojalá entonces me hubiese al menos despedido de ellos.

Fuimos a un parque, de botellón, para no faltar a las buenas costumbres, y entre porro y porro algo extraño saltó en mi cabeza. Vi el coche aparcado en el que habíamos venido y me di cuenta de que no era el mismo de siempre.
Me giré hacia mi amigo, el dueño del coche, y le pregunté que qué había pasado con el otro, él se limitó a encogerse de hombros y contestarme con una voz socarrona que sus padres se lo habían quitado porque era peligroso ir bebido conduciendo, pero no tuve que insistir mucho para averiguar de donde había sacado el nuevo vehículo.
Mi colega trabajaba en un garaje donde las marcas más prestigiosas dejaban sus coches para que no pasasen la noche a la intemperie, y sin seguro, había �tomado prestado� uno de esos lujosos coches.
Procuré no decirle nada más y olvidar el incidente, una cosa era robar ropa y otra un coche de más de once millones, aunque las dos fuesen igualmente delitos.

Transcurridas varias horas y ya con el estómago bastante revuelto decidí volver a casa andando, era cierto que no me inspiraba ninguna confianza andar sola por las calles a aquellas horas, pero bastante menos me daba ir en el coche con un conductor completamente ebrio.
Cuando me fui a poner en camino mi colega insistió mucho en llevarme, luego él volvería con los demás que no les iba a pasar nada por dejarlos solos un rato.

Sé que procuré que no me llevase, pero al final pudieron más todos juntos y lograron meterme en el vehículo aunque yo intentase zafarme.
Sabía bien lo que pretendía en cuanto arrancó el coche, pararía en cualquier descampado y... ya se da por sentado lo demás.

De camino al picadero que es como lo solían llamar los demás, vi venir dos luces de frente, lo último que hice fue gritar a mi compañero que iba al volante para que despertase. Creo que nada logró salvarnos de aquel desastre, mi colega abrió los ojos demasiado tarde.
No recuerdo bien lo que ocurrió, sencillamente no lo recuerdo. Tengo una vaga imagen de mi cuerpo tirado sobre el asfalto lleno de cristales y trocitos metálicos, lo último que vi fue mi frente con una brutal brecha. Creo que la sangre que perdí me condujo directamente a este lugar desde el que en estos momentos procuro que alguien sepa mi historia y no cometa mis mismos errores.

Ahora es cuando en lo más profundo de mí quiero gritar de rabia y frustración al ver almas que caminan hacia donde yo nunca podré ir, no tendré descanso y menos sabiendo que, por ironía de la vida, de los dos que viajábamos esa noche en el coche sólo yo llegué aquí. Mi �colega� está en el hospital, dudo que cuando despierte del coma recuerde que yo existía y, en cuanto a los demás, no creo que quieran recordarlo. Pensé que serían mis amigos los que me sacarían de los problemas y autojustifiqué mis actos convenciéndome de que las drogas no son tan malas, o podría dejarlas cuando quisiese, que realmente mis colegas decían lo que pensaban cuando estaban borrachos, que tan solo tomábamos prestado y no robado, o, simplemente, pensando que mis padres eran los culpables de esta torcida existencia, cuando realmente fui yo sola la que no supe afrontar mis problemas y resolverlos como una persona adulta.

Ahora ya no puedo hacer nada para cambiarlo, sin embargo, si estas palabras pudiesen llegar a alguien, espero que no se deje llevar por las justificaciones y sea más valiente de lo que yo fui, y le diga a mis seres más queridos que los quiero, y que siento mucho lo que les hice.

Yvrainne (Sadhira):
ÁNGELES

El silencio se hacía palpable en un remanso de paz en el que parecía no transcurrir el tiempo. La calle estaba desierta, ni un alma caminaba por ella y no había ni un solo coche en los alrededores.
El frío se abría paso entre las plantas de los jardines, pero no era capaz de alcanzar el interior de las casas donde reinaba la calma, donde el fuego de muchos hogares ardía y el calor inundaba cada rincón.
La gente dormitaba en la soledad de sus habitaciones, lejos del bullicio de la ciudad y de todo ajetreo; incluso cuando se cerraban los ojos y el cuerpo reposaba sobre el lecho cálido y confortable de la cama, se podía escuchar la respiración acompasada que mecía el pecho y el abdomen de arriba a bajo y el latido del corazón al bombear la sangre a todo el cuerpo, unos sonidos aterciopelados que invitaban al recogimiento y al sueño placentero.

Un aullido desgarro el silencio como si un arma blanca hubiese rajado una tela nueva, el tiempo aceleró en su devenir como nunca jamás lo había hecho y la calma se retiró para dar paso a un torbellino de resoplidos y agudos gritos de desesperación.

Sus ojos parecían dos carbones recién sacados de la lumbre, ardientes y oscuros, de los que caían lágrimas de fuego que dejaban su férrea marca por las mejillas, unas largas lenguas marcadas por hierros rojos. En su boca abierta al dolor se formaba la mueca de la desesperación, la saliva y el llanto se mezclaban dejando un velo brillante sobre unos labios que se antojaban tan rojos como los pétalos de rosa, carnosos y ardientes.
Su piel se volvía roja, y en ocasiones unas luces violáceas la tintaban debido a la falta de aire, una respiración que ella misma se negaba, que no quería aceptarla del mundo en el que vivía. La tos acometía su garganta, incluso las arcadas llegaban desde su estómago y hacían que todo su cuerpo se convulsionase con extraños espasmos.
En algunas ocasiones dejaba que una bocanada de aire entrase hasta sus pulmones y en su viaje enfriaba todo su cuerpo durante unos segundos.
Los sollozos parecían lamentos y de vez en cuando alguna palabra podía distinguirse en su voz quebrada y rota por el dolor.

Se agarró el pecho intentando parar aquel dolor que le punzaba el costado cuan daga que se clava y se retuerce en la carne, sentía la presión como si un peso invisible la oprimiese la espalda y luchase contra ella por aprisionarla contra las sábanas. Sus manos de uñas oscuras se volvían garras afiladas que arañaban las telas del lecho y las retorcía entre sus dedos, mientras se estiraba y tensaba cada músculo que pertenecía a su cuerpo.

Un leve gemido fue lo último que salió de su garganta, un sonido melodioso y dulce al contacto con algo cálido que la calmó de inmediato.
Cuando abrió los ojos y comenzó a ver entre nubarrones su silueta, tras un mar de aguas cristalinas que velaban sus ojos desesperados y tristes, una mano le cogió la muñeca con delicadeza, como si un cristal fuese toda su figura, la alzó en el aire tirando del resto de su cuerpo y la sentó en el lecho.
- No temas... � dijo su voz tranquila, sin miedo al espectáculo que había presenciado, ante el que la muchacha al verle sintió vergüenza de su comportamiento.
Las lágrimas que cubrían sus ojos se deslizaron dejando ver la cara, la piel bronce y unos grandes ojos verdes que lucían entre brillos amarillos. El cuerpo de aquel ser parecía fuerte y resistente a mil batallas y su luz, una luz que podía iluminar cualquier oscuridad.  Las alas de plumas negras se movían con una ligera brisa que ayudó a calmar los fieros ánimos de la joven, su cuerpo se deshizo del  calor y en su interior anidó una dulce sensación.
El muchacho se inclinó hacia ella y abrazó su cuerpo que parecía recién sacado del fuego, sintió su húmedo tacto en los labios que se posaron sobre su hombro y las manos de la joven que volvían a ser delicadas acariciaron su espalda desnuda.
La ropa descolocada tras la maraña de sentimientos que habían azotado su alma como si de una tortura se tratase, sus alas, mucho menores que las del joven, de plumas blancas y revueltas, y su pelo enmarañado, le daban un aspecto de criatura atemorizada. Una de las manos del muchacho se posó en su pelo y la otra en un ala que comenzó a acariciar con calma.

Los labios del joven rozaron su oreja y sintió la cálida respiración como una caricia en su piel.
En su oído escuchó entonces las palabras que al fin, tras tanto tiempo, comprendió. Una revelación que se sirvió de un leve susurro  para ser entendida por la joven.
- No importa el compromiso. Ya estamos juntos...     

Yvrainne (Sadhira):
LABERINTO DE CRISTAL

El sol vuelve a nacer de nuevo y con él deberían reforzarse las nuevas esperanzas, pero esta vez no serán las mías las que vuelvan como los pájaros cantan en las mañanas. Me quedo sentada sobre el suelo, con la espalda apoyada en el frío cristal, aquí todo es así, transparente y helado, creo estar mimetizándome con este entorno.

Perdí la noción del tiempo y ya no sé cuantas noches he pasado encerrada entre estos vítreos muros de hielo. Mi piel se vuelve escarcha por las noches, los labios se amoratan a causa de la congelación, las uñas tornan violáceas y en la mañana todo se derrite, hasta el hielo que recubre lo que queda de mi corazón hecho añicos.

El sol me devuelve la esperanza, la esperanza y el terror, que en este lugar van de la mano.
Oigo las voces de los que me rodean, les oigo hablar de mí, de mi encierro en esta cárcel sin motivo aparente y les veo, les veo mirándome a los ojos como si tan sólo fuese un espectáculo de circo. Miles de miradas en las que puede leerse indiferencia, tristeza, pesar, crueldad... cualquier sentimiento se derrama por sus ojos al mirarme a través de cientos de cristales. Mientras tanto sigo aquí atrapada sin encontrar la salida, el corazón parece estrellarse contra las paredes de mi estómago y lo escucho latir en cada rincón de este cristalino laberinto. Su sonido me vuelve loca, se mezcla con sus voces, las voces de ángeles que me llaman desde el cielo y las de aquellos que me observan día y noche.
Veo en mis familiares la incertidumbre y la tristeza, incluso veo a mi hermano pequeño derramar lágrimas amargas por mí, unas lágrimas que parecen forjadas en hierro fundido y caen como dos lenguas de fuego por sus mejillas rosadas. Quiero gritarle que no se preocupe por mí, pero mi voz se pierde en los pasillos como el eco de un recuerdo muerto, abro la boca exageradamente y él no me escucha, sigue llorando... Algunos sonríen al ver mi vago esfuerzo por hablar, y otros me miran como si fuese un terrible engendro envuelto en cólera.

Quiero recordar, como hago cada mañana, qué es lo que hice para estar aquí y parece que una luz que quiere jugar conmigo me trae consigo la memoria, se me acerca juguetona al oído y en un leve susurro me dice �mira al centro�.
Allí lo veo, la fuente de mi vida, mi constante movimiento, mi perpetuo horror... Allí sigue tirado, abrazado por esas pesadas serpientes de hierro que le encadenan a la vida y con síntomas de hipotermia en el cuerpo. Sé que no queda tiempo, que su vida expira como una llama sin oxígeno.
Me levanto del suelo como una autómata y doy dos pasos, son suficientes para darme el primer golpe...
Ahora lo veo claro, los hematomas en mi piel, llevo días metida en ese laberinto, chocándome con todas las paredes sin encontrar el modo de llegar a él.
Le miro de nuevo, parece que suspira, abre un poco los ojos y me mira. Esos ojos me hacen sentir un escalofrío, me recorre todo el cuerpo, juega por mi espalda y muere en la nuca. El verde jade que me mira directamente brilla durante un segundo, me pide que sea fuerte que continúe jugando, que no abandone...

Los golpes se repiten uno detrás de otro mientras corro en frenética carrera y vuelvo a virar mi rumbo, vuelvo de nuevo a girar por un pasillo inexistente y en el final vuelvo a encontrarme con el vidrio. Caigo de espaldas como un animal herido y me llevo las manos a los lugares golpeados, intento reponerme recuperar aliento.  Siento que las lágrimas tienen voluntad propia, me levanto y corro como si me fuese la vida en ello buscando la entrada a la cámara donde yace.

Necesito abrazarlo, no quiero más cristales que me impidan estar a su lado, se muere, la parca se lo lleva lejos de mí y no puedo hacer nada...
Mis manos se posan en la superficie vítrea justo frente a él, el contacto es frío, nos separan varios metros tal vez todos llenos de cristales, pero estoy decidida.

Mi corazón revienta en mi pecho, una sonata de latidos que me envuelven en locura. No puedo seguir jugando a un juego tan cruel, ya no existe un camino que recorrer con calma como  se me prometió, se trata de senderos sin salida, todos acaban en un golpe seco.
 
Agrupo lo poco que queda de unas mermadas fuerzas y embisto el cristal como un animal desesperado, el impacto me repele y me hace caer con un golpe más fuerte, vuelvo a incorporarme.

Miro a través del cristal quebrado que distorsiona mi realidad del otro lado y veo esos ojos de jade mirándome pidiéndome que no lo haga.
La sinfonía que nace en mi corazón se hace más fuerte y es perceptible a mis sensibles oídos, esta vez sé que no fallaré...
Vuelvo a embestir el cristal con la fuerza de un toro  y el golpe me corta la respiración, siento que el pecho me estalla  y nace un ardiente cosquilleo en el estómago.
Los cristales rasgan mi piel como si fuese tela y la sangre brota a borbotones de las profundas heridas. Continuo mi frenética carrera ante los ojos desesperados y lacrimosos de muchos presentes. Me clavo cristales en las manos, en la cara y en todo el cuerpo pero continuo, me muevo como una torre de ajedrez atravesando el tablero a gran velocidad.

Su respiración me golpea y siento su cálido tacto con la palma de mi mano. El destino me da el tiempo suficiente para percibir su hombro manchado de mi propia sangre, mirarle a los ojos y sentir los suyos asombrados ante una visión poco gratificante de la vida.  Me veo bañada de un gran charco escarlata  y desfallezco de rodillas ante él. Reverencio esos últimos segundos y despego mis labios...
- Fin del juego... � mis palabras son un susurro, un último aliento de vida que se esparce por la habitación. Caigo al suelo de boca, siento el ruido de sus cadenas al romperse y sus manos tantear los cristales de mi cuerpo, por fin cierro los ojos. Ahora él es libre...

karlitoz:
¡La virgen! ¡Desde que está Sadhira  por el foro esto se está volviendo muy multidisciplinar!  videojuegos, partidas por foro, ahora rincón literario... (sin olvidarnos de los tan agradables spam de porno más que duro, que le dan el tono picantón que a veces se echa en falta) ::)

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