Incluyo aquí la recopilación original de los textos originales de workshop, incluido el relato de la batalla contra el Emperador (el combate más amargo).
LA HEREJÍA DE HORUS
by Games Workshop. Recopilado y Editado by Asgaard
EXPANSIÓN Y CONQUISTA
El nacimiento del Imperio de la Humanidad empezó con la muerte de la raza Eldar. Los poderes psíquicos innatos de los Eldar les llevaron a su propia destrucción por los poderes del Caos. Su grito psíquico de agonía reverberó en la Disformidad y marcó el nacimiento de un nuevo y terrible dios del Caos. Esta entidad emergente era Slaanesh. el Príncipe del Dolor y el Placer, la Perdición de los Eldar. El shock psíquico del nacimiento de Slaanesh tuvo dos efectos inmediatos. En primer lugar la catarsis dispersó definitivamente las tormentas de Disformidad provocadas desde hacía milenios por la gestación de Slaanesh. terminando así con el largo aislamiento de la Tierra. Sin embargo las energías liberadas fueron tan intensas que no pudieron contenerse por completo en el interior del espacio Disforme
Allí donde la densidad de la población Eldar era mayor la Disformidad literalmente se derramó a través de sus mentes y se mezcló con el espacio material. Esto provocó la aparición de áreas dispersas en las que el espacio Disforme y el universo material se superponen la mayor y más significativa de estas es el Ojo del Terror.
Hacía tiempo que el Emperador de la Humanidad había previsto la creación de Slaanesh y se había preparado para ese fatídico día. Cuando las tormentas de Disformidad desaparecieron por causa de la creación de Slaanesh los Marines Espaciales y el resto de fuerzas Imperiales estaban dispuestos a iniciar su reconquista de la galaxia. Las fuerzas del Caos también eran numerosas, y muchos mundos humanos habían sido ocupados por Adoradores del Caos o alienígenas. Fue una contienda larga y dura, pero el poder del Imperio crecía con cada victoria y nuevos guerreros se unían continuamente a la Gran Cruzada
La Gran Cruzada de la Humanidad se produjo bajo el liderazgo directo del propio Emperador Y sus poderosos Primarcas, barriendo la galaxia como una tormenta de fuego. Incontables billones de humanos en miles de planetas fueron liberados por las triunfantes Legiones de Marines Espaciales. El oscuro y siniestro yugo de los Dioses del Caos fue destruido: la dominación alienígena fue erradicada y el Imperio fue forjado en una era heroica de conquista y redescubrimiento. La humanidad emprendió la tarea de reconstruir su herencia ancestral: los opresores alienígenas fueron derrotados por doquier y obligados a huir. El Caos se retiró a sus propios reinos: a las zonas de superposición del espacio Disforme y el espacio real, como por ejemplo el Ojo del Terror.
ORGULLO Y TRAICIÓN
Sin embargo las tropas del Caos no podían ser vencidas con tanta facilidad. Susurraron a los Primarcas desde la Disformidad perturbando sus sueños con promesas de poder. apelando a su orgullo, a su valentía y a su habilidad marcial. Ninguno de los Primarcas era completamente inmune a estas tentaciones silenciosas. La personalidad de cada uno fue sometida a una dura prueba, y la mitad de ellos sucumbieron. Tan sutil fue su tentación que los Primarcas nunca sospecharon que sus Propias lealtades estaban cambiando.
Por ejemplo, Mortarion. Primarca de la Legión de la Guardia de la Muerte. creyó firmemente que era el heraldo de una nueva era de justicia. Angron, de los Devoradores de Mundos estaba convencido que tan solo él podía salvar a la humanidad de la destrucción. También Horus, el más formidable Primarca de todos, estaba convencido de la virtud de los ideales marciales por los cuales luchaba.
Apelando a su virtud y coraje, los Primarcas fueron tentados a rebelarse con sus Legiones de Marines Espaciales contra el Emperador. Inicialmente incluso los Primarcas ignoraban que habían sucumbido al poder del Caos pero cuando le rebelaron. sus buenas intenciones fueron desmoronándose gradualmente a medida que el Caos saturaba sus almas. Las Legiones de Marines Espaciales que estaban a su mando también sucumbieron lenta e inexorablemente. La influencia corruptora del Caos pronto se extendió a la Guardia Imperial y a los Adeptus Mecanicus, incluyendo las Legiones de Titanes y la Legión Cibernética. Desde allí, la infección se propagó a lo largo del Imperio. Muestra de ello es que más de la mitad de las tropas de los Adeptus Mecanicus se declararon dispuestas a unirse a un Imperio adorador del Caos.
El líder de la rebelión era el Señor de la Guerra Horus, el Primarca más poderoso y en el que más confiaba el Emperador. Había luchado junto al Emperador durante los largos años de la Gran Cruzada. Habían peleado espalda contra espalda en el asedio a Reillis donde el Emperador salvó la vida a Horus. En el campo de batalla de Gorro, Horus pagó su deuda segando el brazo de un Orko enloquecido de rabia que se disponía a matar al Emperador estrangulándolo. El Emperador había confiado a Horus el control de la Cruzada en la Frontera Oriental, mientras él regresaba a la Tierra a consolidar el control del vasto Imperio que ahora tenía bajo su control.
En ausencia del Emperador los planes de Horus fructificaron cuando el comandante Imperial de Istvaan III declaró la independencia de todo el sistema de Istvaan. El Emperador, ignorante del cambio producido en el Señor de la Guerra, ordenó a Horus que pacificara el sistema. Horus decidió cumplir las órdenes bombardeando con cargas víricas Istvaan III desde la órbita. El voraz virus devorador de vida aniquiló a todos los seres de Istvaan III en cuestión de minutos: doce billones de almas murieron entre aullidos de agonía que provocaron una señal Psíquica más intensa que el propio Astronomicón. Continentes y Ciudades Colmena enteras resultaron reducidas a cenizas cuando el oxígeno liberado por la putrefacción instantánea de todo el material organico del planeta ardió en la atmósfera y barrio el mundo con una gigantesca tormenta de fuego que rugió durante días. Antes de que los últimos fuegos se hubieran sofocado, Horus envio a los Titanes de la Legion Mortis a la superficie del planeta para aniquilar a cualquier superviviente que huibiera conseguido escapar al virus ocultándose en un refugio o búnker subterráneo.
Durante el bombardeo, unos cuantos Marines Espaciales aún leales al Emperador se hicieron con el control de la Fragata Eisenstein. Habían descubierto la corrupción del Caos que se extendía entre los oficiales de Horus, y cuando el Señor de la Guerra descendió a Istvaan V para dirigir personalmente a sus tropas, los Marines leales huyeron al Espacio Disforme para alertar al Imperio.
REBELIÓN ABIERTA
La corrupción de Horus afectó profundamente al Emperador, que no supo como reaccionar estaba aturdido por la magnitud de la traición del Señor de la Guerra. y era incapaz de creer que su amigo y general se hubiera levantado en armas contra él. La Inquisición inició una purga de los Adeptus Mecanicus y la Guardia Imperial. pero casi inmediatamente estalló la lucha, ya que ambas organizaciones estaban divididas en facciones leales y rebeldes. En Marte. los Tecnosacerdotes emplearon armamento ancestral y prohibido cuando los dos bandos se enfrentaron para conseguir el control.
La intrincada jerarquía Imperial empezó a resquebrajarse con la resurrección de antiguas rivalidades: los ambiciosos gobernadores planetarios aprovecharon la oportunidad para declararse independientes, o unirse al Señor de la Guerra. Muchos de ellos, no sabían con que tipo de monstruo estaban aliándose, pero otros, aceptaron el Caos de todo corazón. A lo largo y ancho de la galaxia estallaron guerras planetarias cuando los rebeldes atacaron a los leales o viceversa. Los mandos de la flota Imperial titubearon, y la flota solo consiguió expulsar a las astronaves rebeldes del sistenia natal del Imperio. Durante la lucha, las unidades navales sufrieron pérdidas graves que las obligaron a refugiarse en sus bases Lunares.
Tras un retraso casi fatal, el Emperador finalmente ordenó a siete de las Legiones de los Adeptus Astartes que destruyeran a Horus y a sus rebeldes. Sólo con la muerte de Horus, cabeza visible e instigador de la rebelión, podría sofocarse la revuelta. Sin embargo, la organización y movilización de tal cruzada al otro extremo de la galaxia llevó unos meses vitales. Horus invirtió bien este tiempo, consolidando su posición y reivindicando su título de "Nuevo Emperador" en cientos de sistemas. Allí donde Horus era aceptado, la adoración al Caos llegaba tras él.
El asalto de las Legiones leales a las posiciones de Horus en Istvaan V resultó un desastre. Las Legiones atacaron con su acostumbrada ferocidad y astucia táctica, pero esta vez se enfrentaban a hermanos Marines Espaciales. Cada bando contaba con tropas tan hábiles y endurecidas como el otro; cada estratagema era identificada y contrarrestada. Al final, la traición pudo más que la estrategia: la oleada inicial de tres Legiones leales sufrió bajas catastróficas mientras desembarcaba, y posteriormente resultó destruida por completo. Sólo cinco Marines Espaciales, encargados de poner a salvo la estructura genética de sus hermanos caídos, consiguieron escapar e informar al Emperador del desastre. De alguna forma, Horus había conseguido corromper a Cuatro de las siete leguiones enviadas contra él. Después del desembarco de la oleada inicial, las oleadas posteriores de Marines Espaciales "leales" habían atacado a sus aliados en vez de a los rebeldes.
Horus controlaba en aquel momento nueve Legiones de Marines Espaciales había destruido a tres, Legiones leales. A lo largo y ancho del Imperio los leales y los rebeldes lucharon entre sí hasta llegar a llegar a un punto muerto sin un vencedor claro, pero la batalla se ecantaba lentamente hacia el bando del Emperador. Horus sabía que aplastando el corazón de la resistencia del Emperador podría reconstruir el Imperio a su propia y pervertida imagen. Horus ordenó asaltar la Tierra.
GUERRA TOTAL
La verdadera tragedia de la Herejía de Horus fue que la creación más formidable del Emperador resultó arruinada: no sólo los Primarcas sino también los Marines Espaciales sufrieron un daño irreparable. Las tropas rebeldes extendieron la destrucción material y el dolor, pero también hicieron algo mucho peor: propagaron la corrupción del Caos allí donde fueron.
Las tropas del Caos aumentaban su poder por toda la galaxia, a medida que los humanos eran seducidos por los valores representados por los Poderes del Caos y se unían a su adoración. El gran espíritu del Emperador fue debilitado, mientras las mejores virtudes de la humanidad eran pervertidas y confundidas por la sutil influencia transforrnadora del Caos.
Esta era la situación en el momento que las tropas de Horus se apostaron alrededor de la Tierra. Las bases Lunares, primer bastión de las defensas de la Tierra, cayeron en poder de Horus tras una dura batalla, la flota rebelde avanzó hasta situarse en la órbita de la Tierra. Después de un corto enfrentamiento las baterías láser de defensa de la Tierra fueron destruidas por un intenso bombardeo desde el espacio. Los últimos escuadrones de cazas espaciales leales dispararon sin descanso contra las gigantescas naves, pero ni tan sólo consiguieron penetrar sus pantallas de energía. Tras disparar sus últimas descargas. los pilotos estrellaron sus cazas contra las llaves enemigas. Fue un último gesto de desafío. pero nada más.
Las cápsulas de desembarco de Horus cayeron entonces corno la lluvia sobre el palacio Imperial vomitando compañía tras compañía de Marines Traidores. El palacio se extendía a lo largo de cientos de kilómetros cuadrados de bastiones, muros corredores, torres de gran altitud y gigantescos espaciopuertos; la batalla fue feroz y encarnizada. Los Marines Traidores y las unidades rebeldes de la Guardia Imperial apoyados por Titanes del Caos v gigantescas máquinas demoniacas obligaron a los Marines Espaciales leales y a la Guardia del Emperador a replegarse gradualmente.
Sin embargo los defensores se negaban a darse por vencidos: los asaltantes tuvieron que abrirse paso metro a metro pasando por encima de las numerosas bajas de ambos bandos. En algunos lugares, los montones de cadáveres eran tan altos que los corredores quedaban obstruidos por los cuerpos Las tropas leales no pudieron evitar que la batalla se convirtiera en un asedio: los combates rugieron a lo largo de los muros del palacio exterior durante más de un mes. Finalmente los Titanes de la Legión Mortis consiguieron destruir algunas partes de los imponentes muros y las Legiones Traidoras pudieron penetrar por estas brechas para asaltar el palacio interior.
EL EMPERADOR ACORRALADO
Mientras las tropas rebeldes cerraban lentamente el cerco alrededor de las tropas leales el Emperador se preparó para la batalla final junto con su guardia personal de Marines Espaciales y Custodios. Dos de sus Primarcas estaban junto a él: Rogal Dorn, de los Puños Imperiales y Sanguinius, de los Ángeles Sangrientos La última hora de la humanidad había llegado y los pocos valientes defensores se prepararon para una muerte segura. Fue entonces, cuando la victoria parecía al alcance de la mano cuando Horus cometió su primer y único error.
Horus desactivó las pantallas defensivas de su buque insignia situado en órbita. Parece que deseaba emplear sus poderes psíquicos para contemplar con sus propios ojos los momentos finales del Emperador. Este fue su error, ya que tan pronto desaparecieron las pantallas, el Emperador sintió su presencia. El Emperador no desaprovechó esta oportunidad crucial. En cuestión de segundos las coordenadas de teleportación fueron fijadas en la astronave de Horus y el Emperador, su guardia personal y los dos Primarcas leales, Rogal Dorn Y Sanguinius fueron transportados directamente a la nave-fortaleza del propio Horus.
Horus era el más grande de todos los Paladines del Caos: Archipaladín y Caudillo de los Grandes Poderes. Señor de la Guerra del Caos del mas alto rango. Cuando el Emperador y sus guerreros se materializaron en el interior del buque de Horus pudieron comprobar por primera vez la verdadera magnitud de la traición del Primarca. La nave había sido transformada en algo tan terrible que algunos Marines Espaciales enloquecieron inmediatamente. Sus mentes quedaron completamente destruidas por la visión del interior de la astronave: balbuceando de forma incoherente, quedaron arrastrándose y retorciéndose en el suelo. Rostros de hombres y demonios les miraban de soslayo desde el interior de las paredes de la nave: carecían de cuerpos. su carne estaba fundidos en las húmedas paredes negras. Con un sonido absorbente y repugnante, las criaturas empezaron a derramarse arrastrándose por los corredores agarrando y sujetando a los miembros del grupo de abordaje.
Solo tardaron escasos minutos en alcanzar el puente aunque muchos hombres valientes murieron en ese tiempo: hordas de seres que ya no eran humanos perecieron entre las llamaradas las ensordecedoras ráfagas de Bólter. En el puente, el Emperador encontró a su antiguo Señor de la Guerra sólo para descubrir a Horus en pie sobre el cuerpo sin vida de Sanguinus, el Primarca había hallado primero a Horus y había muerto a sus manos.
EL COMBATE MÁS AMARGO
Incluso a través de los escudos, el impacto hace que el Palacio Interior tiemble, la piedra chirría como si estuviera siendo torturada, y un ángel cae desde su nicho a un kilómetro de altura, se estrella contra el suelo. y el mármol estalla en mil pedazos como metralla por todo el salón.
Sentado en su trono, el Emperador observa a los confusos guerreros de su alrededor. En el salón hay diez mil hombres, feroces veteranos que ahora están atemorizados. Sabe que lo que les aterroriza es su silencio, no el enemigo. Le miran en busca de inspiración y ánimo, y él no ofrece ninguna.
Por primera vez en su milenaria vida, el Emperador conoce la desesperación. Las bases lunares están destruidas, los refuerzos se hallan a días de camino, están asediados, y las defensas del Palacio empiezan a ceder. Es sólo cuestión de tiempo antes de que los últimos bastiones de resistencia caigan.
"Señor, ¿cuáles son vuestras órdenes?", -pregunta Rogal Dorn, el enorme Primarca de pelo oscuro. Su armadura dorada ha perdido el lustre, abollada en docenas de sitios por los proyectiles enemigos. El Emperador no responde. Incluso ahora, con las tropas rebeldes derribando la Puerta Interior le cuesta creer en la traición de Horus. Era más que un camarada en el que confiaba, más que el Primarca en el que confiaba plenamente. Era un hijo. No había dudado de él ni por un segundo, ni siquiera cuando recibió las noticias sobre las concentraciones de tropas en los Mundos Salvajes por parte del Señor de la Guerra. Se había engañado a sí mismo diciéndose que Horus debía tener alguna buena razón para hacerlo sin consultárselo.
"Señor. ¿cuáles son vuestras órdenes?" -pregunta Sanguinius, el Primarca alado de los Ángeles Sangrientos, resplandeciente con una belleza terrible, mientras mira al Emperador con ojos brillantes.
El Emperador sabe que esperan que les guíe. Todavía confían en él. Creen que les podrá sacar de la trampa. Están equivocados. Horus es el mejor general del Imperio ¿Quién podría saberlo mejor que su creador? Durante cien años recibió instrucción sobre el arte de la guerra. No habrá escapatoria, ni fallos por su parte, ni equivocaciones en sus planes. El Señor de la Guerra debería estar loco para cometer un error as¡.
El Emperador observa los rostros congregados ante si, ve su confianza, siente el peso de la responsabilidad que conlleva. Sabe que debe intentarlo por ellos, aunque sea inútil cierra los ojos. Con su visión interna sale de las ruinas del palacio, recorre los campos de batalla arrasados donde colosales Titanes combaten entre sí bajo la luz de la luna. Se alza hacia el cielo, donde presiente la flota de Cruceros que lanzan una lluvia de fuego sobre la torturada Tierra. Entre los miles de puntos descubre al Señor de la Guerra.
Siente como regresa la esperanza. Los escudos de la nave de Horus están desactivados. Durante un momento se pregunta por qué ¿Tanta autoconfianza tiene Horus? ¿Desea combatir en persona? ¿0 es una trampa? El Emperador toca la nave y retrocede ante lo que siente ¿Cómo ha podido Horus hacerlo pactar con la aborninación definitiva?
El Emperador toma una decisión. Sea o no sea una trampa. es la única oportunidad para la Humanidad. No puede dejaría escapar. justo cuando regresa a su cuerpo, le asalta el ominoso pensamiento de que Horus debe saberlo.
"Señor. ¿cuáles son vuestras órdenes?"-. pregunta de nuevo Sanguinius. Los ojos del Emperador se abren. Su voz resuena llena de autoridad. ?"Preparáos para la teleportación. Llevaremos la lucha hasta el enemigo."
Los hombres sonríen confiados, ahora tienen un propósito. Mientras los mecanismos del teleportador empiezan a funcionar, obedecen sin dudarlo.
Un relámpago de luz, una sensación de frio. Se han teleportado a la nave del Señor de la Guerra. El Emperador se orienta en un momento y se da cuenta de que algo va mal. Se halla en una enorme sala con una escolta de sólo unos pocos Marines. Los Exterminadores y los Primarcas no están presentes ¿Es posible que Horus haya provocado una disrupción en el rayo teleportador? ¿Tan poderoso es?
Dentro de su cabeza resuenan voces enloquecidas. Del interior de las paredes de la ámplia sala salen manos que le sujetan con fuerza ciclópea. El Emperador se libera con facilidad, Sus acompañantes no son tan afortunados. Los bolters resuenan cuando los Marines intentan repeler a sus demoniacos atacantes.
Un hombre grita cuando es arrastrado hacia las oscuras y resbaladizas paredes. Cuando desaparece, sólo quedan unas ondas alrededor del punto donde se desvanece. La espada del Emperador silba en el aire, cortando miembros demoniacos y liberando a los Marines. Cuando empieza a reunir sus energías psíquicas, un halo de luz rodea su cabeza. Una ola de destrucción atraviesa a los demonios, dejando ilesos a los Marines.
Explora mentalmente sus alrededores, pero las paredes de la nave del Señor de la Guerra son opacas a sus poderes mentales. Les hace un gesto a los Marines supervivientes para que le sigan. Recorren una nave que ha sido deformada más allá de todo lo conocido por los poderes del Caos. Puertas en forma de esfínter se abren en paredes de carne. En el suelo, grandes venas transparentes con ríos de sangre. Alfombras de lenguas recubiertas de mucosidades.
Unas deformadas bestias aladas que quizás una vez fueron hombres cuelgan de pasillos recubiertos de costillas, Los Marines miran horrorizados. El Emperador se esfuerza por tranquilizarlos psíquicamente, mientras registra la zona en busca de rastros de Horus. Ahora ya sabe la naturaleza del pacto que ha hecho el Señor de la Guerra y las terribles consecuencias si Horus vence.
Pasan al lado de pozos que parecen brillantes esófagos, y oyen el latir de un enorme corazón lejano. Desde unos gigantescos cartílagos les cae un fluido amarillento, y a veces oyen el tabletear de armas, pero cuando llegan no hay nadie. Nubes de insectos se abalanzan sobre ellos y atascan los conductos de aire exterior. Tienen que pasar al suministro interno de oxígeno.
Son emboscados por seres con caras calavéricas que se arrastran, y equipados con armaduras de Marines. Combaten contra hordas de bestias mutantes. Uno por uno los Marines mueren. Finalmente, sólo queda el Emperador, y sólo entonces Horus permite que le encuentre. El Señor de la Guerra se halla de pie sobre la figura de un ángel caído. Sanguinius. Su armadura se halla mellada en una docena de sitios, uno de ellos cerca del cuello, manchado con una sustancia verderrojiza. A través de una portilla se ve la torturada Tierra, lista para ser agarrada por su mano. Por todos lados hay cadáveres de Marines despedazados.
La sangre de Horus brilla, iluminando su rostro micntras habla. "Pobre Sanguinius. Le ofrecí un puesto en el nuevo orden de las cosas. Se podía haber sentado a la derecha de un dios. pero prefirió ponerse del lado del perdedor."
El Emperador intenta hablar. Finalmente sólo logra preguntar con un susurro: "¿Por qué?"
En la sala resuena una risa enloquecida. "¿Por que? ¿Me preguntas por qué? ¿No has aprendido nada en todos estos milenios? Débil idiota, tu pusilanimidad te ha impedido someterte a los poderes del Caos. Te alejaste del poder definitivo. Yo lo he sometido a mi voluntad y conduciré a la Humanidad a una nueva era. Yo. Horus. Señor del Caos."
El Emperador mira a su antiguo amigo, y niega tristemente con la cabeza. Ahora ve cómo ha caído Horus en la trampa. "Ningún hombre puede dominar al Caos, -dice suavemente-. Te engañas. No eres el amo. sino el siervo."
La rabia se apodera del Señor de la Guerra. Extiende la mano y de ella sale un rayo de energía pura. El Emperador grita de agonía cuando le alcanza. "¡Siente la auténtica naturaleza de mi poder y dime que me engaño!" -ruge Horus con la voz de un dios iracund o.
Con la frente perlada por el sudor. el Emperador responde. "Te engañas".
"Amigo mío, te he dejado venir para que pudieras ser testigo de mi triunfo. Arrodíllate y te perdonaré la vida. Reconoce al nuevo amo de la Humanidad."
Desesperadamente, el Emperador reúne todas las energías que le quedan y ataca. Entre ambos combatientes empiezan a saltar rayos. El olor a ozono impregna el aire. Las armas chocan en un combate que se produce a todos los niveles: físico. espiritual y psíquico. El destino de la galaxia se decide en cada golpe, en cada mandoble. Espada rúnica y garras resuenan con el sonido de un trueno. Energías capaces de arrasar ciudades recorren el salón. Un revés de la garra hace que el Emperador atraviese un mamparo. El contragolpe del Emperador corta uno de los pilares de apoyo cuando Horus lo esquiva.
En el espacio disforme, el Señor de la Humanidad oye como los Dioses del Caos insuflan más energía en su peón, y sabe que está perdiendo. No puede utilizar todo su potencial contra el Señor de la Guerra. Horus no se refrena. Una Garra Relámpago corta su armadura como si fuera de tela. El Emperador responde con un ataque psíquico para sobrecargar el sistema nervioso de Horus. El Señor de la Guerra se ríe cuando lo dispersa. Su risa enloquecida resuena por toda la sala cuando le rompe varias costillas en un puñetazo que casi parece amistoso. Un rayo de energía abrasa la cara del Emperador, haciéndole estallar un ojo y prendiendo fuego a su pelo. Durante un segundo pierde el conocimiento, pero lo recupera cuando las garras de Horus le atraviesan el abdomen. Horus aúlla triunfalmente.
De repente, cesan los ataques. Con su ojo sano ve que un solitario Exterminador ha entrado en la sala. El Marine carga contra Horus. El Emperador sabe lo que va pasar. Horus mira al Marine y se ríe. mientras le permite ver lo que ha hecho con su Emperador. Despues la carne del Marine desaparece, y los huesos se deshacen en polvo. Horus ya no es más que un demonio destructivo. El Emperador sabe por que se ha estado conteniendo. Ya no más. Sabe que debe vengar al Exterminador caído.
Concentra toda la energía que le queda en su espada. El Emperador descubre un hueco en la armadura de Horus, el hueco abierto por Sanguinius en su último combate. Horus siente la concentración de energía y se gira. Demasiado tarde. A medida que la energía destruye a Horus, los poderes del Caos se retiran, y el Señor de la Guerra recupera la cordura. El Emperador siente como su antiguo amigo y general, su hijo, reconoce las atrocidades que ha cometido. Brillan las lágrimas en ambos rostros, pero el Emperador sabe que debe matar a Horus, y mirándole a los ojos, ve que él lo sabe. Con un estallido final de energía, Horus cae al suelo.
Rogal Dorn entra en la estancia, y se horroriza al ver el estado en el que se encuentra el Emperador. Se acerca presuroso mientras se maldice por haber tardado tanto. Le toma el pulso y nota como su corazón aún late. Quizás todavía queden esperanzas. Quizás viva. Dorn hará todo lo posible para que así sea.
EL TRONO DORADO
Con la muerte del Señor de la Guerra, las tropas del Caos que estaban en la Tierra sufrieron un golpe mortal en su voluntad de continuar la lucha. Aquellos que no llevaban mucho tiempo sirviendo al Caos quedaron de repente liberados de sus ilusiones y cambiaron de bando de inmediato luchando con renovadas fuerzas en un intento de compensar por su traición. Otros, cuya corrupción estaba más profundamente arraigada, se replegaron a sus naves al ver que todo estaba perdido y huyeron al espacio profundo. El cuerpo agonizante del Emperador fue apresuradamente devuelto a la Tierra y colocado en un campo de estasis preservador de vida.
La unidad de soporte v¡tal conocida como Trono Dorado fue construida a toda prisa para internar en ella al Emperador. Los poderes del Emperador sobrevivieron, pero su cuerpo estaba despedazado.
Al principio podía comunicarse de forma semicoherente durante breves períodos de tiempo; más tarde se sumió en un completo silencio. Este silencio ha perdurado ininterrumpidamente hasta la actualidad, durante casi diez mil años.
AMARGA DERROTA
Cuando se propagaron las noticias de la derrota del Señor de la Guerra, las tropas leales atacaron a los rebeldes con renovado vigor. Poco después de las noticias llegaban los refuerzos de las tropas leales y la suerte del conflicto se decantó cada vez más hacia el bando leal. La guerra todavía se prolongó siete años más antes de que las últimas fortalezas fueran aplastadas y las últimas formaciones rebeldes fueran destruidas o exiliadas.
Los rebeldes que pudieron huir al Ojo de¡ Terror lo hicieron. Muchos habían tornado partido por el Señor de la Guerra sin saber que la adoración demoniaca era la causa de la rebelión. Rápidamente fueron víctimas de los guerreros de las Legiones Traidoras: se dice que estos acabaron hartándose de la dieta compuesta exclusivamente de carne humana.
Con el futuro del Imperio asegurado, el Emperador juzgó a los rebeldes. Habían defraudado la fe en él y habían pactado con demonios. Se habían convertido en enemigos de todo lo que era humano y no podía permitirles vivir en el Imperio de la Humanidad. Todos los documentos referentes a las Legiones Traidoras debían ser eliminados y estas tenían que ser exiliadas a la nebulosa de polvo y los mundos infernales del Ojo del Terror, expurgadas del universo material y borradas de la historia. Tenía que ser corno si las Legiones Traidoras nunca hubieran existido.
En esta decisión el Emperador tuvo que moderar su deseo de venganza aceptando los hechos: el Imperio estaba tan debilitado por los conflictos internos que no podia aplicarse ningún otro castigo. Sin embargo, el Ojo del Terror permanece aún en la actualidad como un terrible cáncer que corroe el corazón del Imperio. Una herida abierta que supura corrupción hacia los sistemas que lo rodean y que sirve de refugio a desviados y herejes. Y lo peor de todo es que las Legiones Traidoras todavía permanecen ocultas en el Ojo del Terror consumiéndose de odio hacia el Emperador el Imperio y toda la humanidad.